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Mensaje  charro 25.08.13 15:40

CARLOS MORÁN | GRANADA (Ideal.es)

Casi un siglo y medio después de que el periodista Henry Morton Stanley pronunciase su famoso saludo, «El señor Livingstone, supongo», tras encontrar al célebre explorador escocés en Tanzania, el guardia civil Juan Castillo Peralta, natural de Almuñécar, dijo en el Everest una frase bastante menos conocida, pero igual de memorable:«¡Lavín! ¿Quién pollas anda ahí?». Ocurrió la noche del 22 de mayo de 2003. Por la mañana, el agente granadino de la Benemérita había coronado la cima del mundo tocado con el tradicional tricornio y, en el descenso, se había quedado sin fuerzas. Cada paso era un suplicio. «Le vi las orejas al lobo», reconoció entonces y repite ahora, cuando se cumple una década de aquella hazaña. No veía nada. Tenía las manos congeladas. El frío era una guillotina y se había quedado sin comida y el agua. Sus compañeros de expedición –promovida por el instituto armado– llevaban doce horas sin saber de él y empezaban a temerse lo peor. Sabían que en la altísima montaña lo verdaderamente complicado es bajar.

Fue entonces cuando el alpinista sexitano escuchó que alguien le llamaba:«¡Juaaan, Juaaan!». El agente se rehizo, se sacudió la sorpresa y en un granadino perfecto preguntó y exclamó todo a un tiempo:«¡Lavín! ¿Quién pollas anda ahí?». Juan Castillo Peralta estaba salvado. Dos ‘sherpas’ –montañeros nativos del Himalaya– habían salido a su encuentro. El campamento –o lo que es lo mismo: el oxígeno, el alimento, el descanso...– estaba a unos cien metros, una distancia que puede costar recorrer una vida a más de ocho mil metros de altitud. Los porteadores le abrazaron aliviados –y él a ellos– y se ofrecieron a llevarle a cuestas, pero el agente prefirió llegar al refugio por su propio pie. Estaba hecho añicos, pero quiso rematar la faena sin rendir la plaza.

La gesta de Juan, que siempre ha compartido el mérito con todos «los guardias civiles», dio la vuelta a España. El mejor resumen de la proeza fue la histórica fotografía en la que aparece Castillo Peralta en todo lo alto del Everest, con el tricornio puesto y saludando marcialmente al objetivo.

‘Ojalá estuvieras aquí’

Hoy, diez años después, Juan desvela algunos de los secretos que le animaron a seguir caminando cuando su cuerpo le reclamaba que se detuviera, que arrojase la toalla. «Le pedí a Dios que me diera fuerzas, porque creo mucho en Dios. Y también a Jesús del Paño –la popular imagen que veneran en Moclín–», recuerda.

Además, el guardia civil de Almuñécar había escrito lo siguiente en el interior del tricornio:‘Ojalá estuvieras aquí’ –‘Wish you were here’–, la sugerente balada del grupo británico de rock Pink Floyd que arranca con este verso:«Así que piensas que puedes distinguir el cielo del infierno...».

–¿Por qué eligió esa canción?, pregunta intrigado el periodista.

–«Me gustan Pink Floyd... y, bueno, yo me entiendo», responde el uniformado con una sonrisa entre misteriosa y pícara. Y el periodista no ahonda más.

Pero aparte de la mística, Juan logró escalar –y bajar– del Everest porque es un portento físico, una fuerza de la naturaleza. Hace solo unos días, a sus 55 años –se encaramó al techo del planeta con 45–, corrió la durísima Subida al Veleta, una de las carreras más exigentes del mundo, y quedó en decimotercera posición, que se dice pronto. Era la séptima vez que participaba en la brutal prueba. En las ediciones anteriores logró un quinto puesto, un cuarto... y, en una ocasión, llegó el segundo. «Ganó un inglés y yo quise felicitarle, pero el hombre estaba hecho polvo. Le estaban dando oxígeno y no podía ni hablar. Nunca repitió», refiere el guardia civil.

Recientemente la nadadora Mireia Belmonte se lamentaba de que en España importa más de qué color lleva el pelo un futbolista del Real Madrid que el récord del mundo que ella acababa de lograr en la pileta. Y llevaba razón. En este país da más que hablar el peinado de Cristiano Ronaldo –o una mueca de Messi– que cualquiera de las hazañas deportivas que consiguen personas como Juan Castillo Peralta y otros como él. Es raro, pero es así.

La injusticia es aún más flagrante si se tiene en cuenta que Castillo Peralta ha sido, hasta el día de hoy, uno de los 16 miembros del Servicio de Rescate en Montaña de la Guardia Civil (Sereim) de Granada, un equipo de elite que ha salvado decenas de vidas. No hay ninguna plusmarca deportiva que resista la comparación. Pero los grandes titulares seguirán llevándoselos los tatuajes de esta o aquella gloria balompédica. Eso no va a cambiar.

A Juan y sus ‘hermanos’ –así es como llama a sus compañeros del Sereim y, por contagio, ellos a él– no les afecta. Hoy, además, los miembros de la ‘hermandad’ están con la cabeza en otra parte. Castillo cumple 56 años y pasa a la reserva. Atrás quedarán el Tercio –su primera ‘ocupación’–, el Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil y el Sereim, y por delante, misiones más relajadas. Porque Juan deja la primera línea, pero no cuelga el uniforme. Lo más probable es que se dedique a trabajar en los dispositivos de seguridad de los edificios oficiales.

Seguridad de edificios

Si fuera así –la decisión depende de sus superiores–, a él le gustaría que su destino estuviera a una distancia lo suficientemente exigente como para bajar corriendo desde Huétor Vega, donde reside. Lo dice en serio. A Juan, que ya es abuelo, no le ha alcanzado el retiro:ha sido él quien ha alcanzado al retiro.

De hecho, sus ‘hermanos’ del Sereim están convencidos de que no se lo van a quitar de encima tan fácilmente. «Seguro que en cuanto tenga media hora libre viene a entrenar aquí con nosotros», dicen. Ymás que un pronóstico, es un deseo. Porque en el Sereim, Juan es algo más que el veterano de la ‘cuadrilla’ –de los 250 agentes del servicio de montaña que hay en España en activo, es el segundo más antiguo–;el guardia Castillo es una institución.

«Personalmente, es un trozo de pan, un hombre sencillo y humilde. Mi padre era guardia civil y, cuando era pequeño, escuché muchas veces hablar de él. Para mí era un referente. Podría ser su hijo:tengo 37 años y su hijo mayor, 38», recuerda Rubén, el oficial al mando del Sereim de Granada.

–«Gracias, mi teniente. ‘Hermano’, al final vas a hacer que me emocione», responde Castillo a los halagos.

Por su parte, Antonio, el segundo más ‘viejo’ de la unidad, destaca la habilidad que tiene Juan para extraer la felicidad de los pequeños detalles. Ypone un ejemplo. «Recuerdo que nos habían encargado vigilar una instalación del Mundial de Esquí de 1995 –que, por cierto, no pudo celebrarse aquel año por falta de nieve– y la verdad es que estábamos aburridos. Yo no hacía más que quejarme y veía que Juan ponía una cara como de estar muy cabreado. Pensé que le estaba contagiando mi malhumor y que iba a estallar. Entonces va y me dice: ‘¿Ves aquel pajarillo? Pues se alimenta de tal y tal. Es alucinante’. No había escuchado ninguno de mis lamentos. Él estaba a lo suyo. Siempre positivo, siempre positivo...», rememora Antonio admirado.





Un GPS humano

Si en lo personal es un bendito –en el buen sentido de la palabra–, profesionalmente es «‘un’ máquina», enfatizan al unísono los compañeros de fatigas y alegrías del agente Castillo. No es una forma de hablar. Es verdad. «Conoce cada rincón de Sierra Nevada a la perfección. Es una brújula, un GPS humano. Hay veces que hemos tenido que llamarle cuando estaba de vacaciones para que nos ayudase a localizar a algún montañero accidentado. Le conectábamos por teléfono con la víctima para que le explicase qué veía y que Juan pudiera identificar el sitio. Y no fallaba, es increíble. En otra ocasión guió al helicóptero hasta un herido a pesar de que había una niebla muy espesa. Habíamos decidido retirarnos, pero se abrió un claro mínimo durante unos segundos y Juan dijo:‘¡Es ahí abajo, es ahí abajo’. Acertó», explica el teniente Rubén.

Entre tanto elogio, el Guardia Castillo se azora y repite una y otra vez que lo «verdaderamente importante» es el equipo. «Somos ‘hermanos’ y trabajamos como ‘hermanos’», insiste. Es el momento ideal para preguntar por los defectos de Juan, porque alguno tendrá. «En el trabajo lo da todo. A veces hay que frenar su entusiasmo».


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